jueves, 7 de junio de 2012

atrocidades

Hombres inocentes y hombres asesinos
   todos somos el mismo hombre
        y todos confesamos crímenes atroces
          los esclavos negros
             confiesan que conservan
                                         la fe.


Y yo confieso
          que quemé la fe
                    y luego vendí sus cenizas


                                                               

Pedro Casariego Córdoba
La voz de Mallick
.

Nunca seré guapo ni famoso. No dejaré una pequeña ciudad para ir a la capital. No voy a ser general, ni comisario del pueblo, ni científico, ni corredor, ni aventurero. Toda mi vida he soñado con un amor extraordinario. Pronto volveré a mi viejo apartamento, a esa habitación con su aterradora cama. Los vecinos, allí, son desagradables. Está la viuda Prokopovich. Tiene unos cuarenta y cinco años, pero la gente del edificio todavía la llama Anechka. Prepara la comida para la cooperativa de peluqueros. Ha instalado la cocina en el pasillo. En un hueco mal iluminado está el hornillo. Da de comer a los gatos. Con movimientos galvánicos, los gatos silenciosos y delgados vuelan sin cesar a sus manos. Les lanza menudillos. Por eso, el suelo parece adornado de escupitajos de nácar. Una vez, resbalé al pisar un corazón, un corazón pequeño y duro como una castaña. La mujer se pasea con venas de animales y rodeada de gatos. En su mano refulge un cuchillo. Rompe los intestinos con los codos, igual que una princesa se abriría paso entre telarañas.

Yuri Olesha.
Envidia.






No hay comentarios:

Publicar un comentario