domingo, 17 de febrero de 2013

Diciembre

De esta última luz, sus lugares comunes, de cómo nos
sorprende todavía tomando decisiones para pertenecer, cómo
acostumbra a devolver su carga de dolor a cada gesto, sus
lugares de origen, hemos hablado tanto

la hemos visto llegar tantas veces, aterida y risueña, callada
y frágil, la hemos visto posarse en tantas cosas, buscando un
sitio donde pasar la noche, con la delicadeza de quien lo ha
soñado todo, después de todo

si las cosas nos miran como si no supieran hasta qué punto
están en todas partes, como si vivir fuera solamente una
estancia en la resurrección, donde echamos de menos a los
desconocidos, quizá es porque se sabe el sueño de las cosas,
porque les cuenta todo

lo que no fue dicho, o porque se detuvo un instante en las
gotas dispersas que las nubes prendían, como huevos de mundo,
en las plantas pacientes, sobre la muchedumbre de los charcos;
quién sabe

qué caminos oscuros, qué distancia recorre cada día hasta
saberse el sueño en el que participamos, a pesar de nosotros, de
nuestras intenciones y mirarnos así, como si no supiéramos
hasta qué punto nacer

es darse cuenta de que no se está, porque no tiene dorso,
como los muertos, o las heridas; quizá también nos miren, quién
sabe, quizá se digan entre sí: ahora están desnudos en la luz,
cuando la noche llegue se cubrirán con ella; me pregunto

cómo recibirán a los que mueren los que nunca llegaron a
nacer, los que no hayan nacido cuando todo muera; quizá no
sea tan sólo una cuestión romántica; después de todo, por qué
no habríamos de soñar tal vez

con todo el mundo, el ancho mundo conocido repleto de
desconocidos capaces de sentir la más elemental añoranza, la de
un desconocido por otro, desconocido, cualquiera, si dormir tal
vez, pero soñar

no nos protege del dolor ajeno; quizá al morir no nos
volvamos del todo indiferentes, después de todo.


Abraham Gragera
El tiempo menos solo
Pretextos, 2013.

No hay comentarios:

Publicar un comentario