-Pronto hará ocho años-dijo- que te sostuvimos sobre ella y que el agua con la que fuiste bautizado cayó dentro. El mayordomo de la parroquia de San Jacobo, Lassen, fué quien la vertió en la cuenca de la mano del buen pastor Bugenhagen y de ella resbaló por encima de tu cabeza hasta la jofaina. La habíamos calentado para que no te asustases y, en efecto, no lloraste, pero habías gritado antes tanto que Bugenhagen a duras penas pudo hacer su sermón. Pero cuando sentiste el agua permaneciste callado y creo que fue por respeto hacia el Santo Sacramento. Y estos días hará cuarenta y cuatro años que tu buen padre recibió el bautismo y que el agua resbaló sobre su cabeza y cayó aquí dentro. Fue aquí, en esta casa, su casa paterna, en la sala de al lado, ante la ventana del centro, y fue el viejo pastor Hesekiel quien le bautizó, el mismo que los franceses estuvieron a punto de fusilar, cuando era joven, porque había predicado contra sus rapiñas y sus contribuciones de guerra; ese se halla también desde hace mucho tiempo, mucho tiempo, en la casa del buen Dios. Y hace setenta y cinco años que me bautizaron a mí; fue también en la misma sala y sostuvieron mi cabeza encima de la jofaina, exactamente como está ahora, colocada sobre la bandeja, y el pastor pronunció las mismas palabras sobre tí y sobre tu padre, y el agua clara y tibia resbaló de a misma manera por mis cabellos (tenía, poco más o menos, como ahora) y cayó también ahí, en esa jofaina dorada.
La montaña mágica
Thomas Mann
Traducción de 1945, por Mario Verdaguer.
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